¡Fiesta de Halloween! {TODOS}

Halloween. Aquella era la noche de Halloween, en la que los humanos se vestían como monstruos con intención de asustar a otras personas. Patético. Ellos no podían pretender en serio dar miedo con aquellos disfraces que se veía claramente que no eran de verdad, aquellos muertos vivientes que más que miedo daban risa, y aquellos vampiros que más que sangre, lo que quitaban eran las ganas de vivir. Era una noche estúpida, y para mí no era diferente a todas las demás. Lo de asustar a la gente era un plato de cada día para mí, y no necesitaba ningún estúpido disfraz para ello. Bastaba con enseñar mis ojos completamente negros a la gente para que su corazón se tiñese entero de miedo. Y para entonces ya sabían que no iban a escapar de mí nunca. Claro, que por otra parte, la fiesta de Halloween tenía una parte buena también. Y esa parte era que había fiesta. ¿Y dónde se había visto una fiesta en la que no estuviese yo? Ninguna, porque hasta que no llegara yo no empezaría la verdadera fiesta. Además, siempre era una ocasión perfecta para llevarme uno o dos humanitos para abajo. Ya se sabe que en las fiestas la gente se desmadra….y los accidentes ocurren. Claro que estos accidentes serían tan discretos que nadie se daría ni cuenta ni siquiera que habían desaparecido de la fiesta. Ains, ni en las fiestas podía dejar de trabajar. Qué difícil era ser yo. Difícil, pero no lo habría cambiado por nada del mundo.

Así que allí estaba, en aquella gran fiesta de la discoteca. Para no desentonar, también había llevado un disfraz. Era una fiesta de disfraces, así que supuse que yo también debía llevar uno. Había elegido un traje de esos bailarines de charlestón antiguos, pues me gustaba la elegancia y seguridad que éstos tenían. Para darle un poco de miedo al disfraz y que pareciera de verdad un disfraz de Halloween, me había hecho con gran maestría una gran cicatriz en la garganta, con lo que parecía que de verdad me habían cortado el gaznate. No es que me preocupara especialmente lo que la gente dijera de mi disfraz, a fin de cuentas, lo llevaba solo para no desentonar. Eso era lo más importante. Cuanto menos desentonase entre la gente, más fácil me sería ganarme la confianza de alguno de ellos….que aprendería que hubiera sido mejor no fiarse de mí. Claro, que para cuando lo hubiera averiguado, ya sería demasiado tarde para el pobre desgraciado.

Me paré unos segundos de más en la puerta, paseando mis ojos por toda la discoteca, contemplando a todos los cuerpos con sus disfraces ya puestos, aparentando ser algo que no eran y que, probablemente, a ninguno de ellos le gustaría ser. Porque a nadie en su sano juicio le gustaría ser un zombi, como algunos de los que había allí disfrazados de ese tipo de criaturas. Aunque algunos de esos disfraces a mí sí que me hubiera gustado que se hiciesen realidad. A ver quién es el guapo que rechaza a una de esas enfermeras, con esas faldas tan cortas, que se contoneaban y bailaban por la sala. Desde luego yo no. No había ido nunca al médico, pero si de verdad había ese tipo de enfermeras allí, creo que me pasaría el día fingiendo estar enfermo.

La sala estaba agradablemente llena, con lo que la caza de almas sería especialmente satisfactoria. Muy mal se me tenía que dar la cosa para que alguno de aquellos que estaban en la sala no acabara entre mis manos. Aunque lo de “caza” no era especialmente el término que lo definía mejor. La caza era de animales sin cerebro, un acto desprovisto de inteligencia, simplemente matar, desgarrar como un loco, sin pensar, solo saltar y coger a tu presa. Pero ese no era el plan. Yo no iba a cazar. Lo mío era más como…una tienda de caramelos. Aquel sitio en el que entras y, sin ningún esfuerzo más que señalar con tu dedo aquello que te vas a llevar para ti, lo consigues. Claro, que yo no iba a pagar por ninguno de ellos, principalmente porque ninguno de ellos merecía ni siquiera mi dinero.

Sin fijarme en nadie en particular, avancé por sala, abriéndome paso por entre la gente como bien podía, rozando juguetonamente con el bastón que formaba parte de mi disfraz el trasero de aquella gente que me parecía digna de tal cosa. No me quedaba a ver su reacción, ni me importaba lo más mínimo. Yo solo avanzaba hacia la barra, mientras observaba sin mucha atención como los humanos habían decorado el lugar. Buen intento, pero hacía falta mucho más que unas cuantas telarañas para lograr que me asustara. No sabía si eso asustaría lo más mínimo a los humanos. Si era así, yo había desperdiciado mucho esfuerzo cuando se trataba de asustar a la gente. No necesitaba esforzarme demasiado si poniéndoles una telaraña encima ya se ponían a gimotear y a pedir clemencia.

Al final llegué a la barra, después de algún rato abriéndome paso hacia ella. En mi avance había notado como no todos los que allí había eran humanos, sino que había unos cuantos de los míos por allí cerca. Era gratificante saber que no era el único que se ocupaba de aquella fiesta. No porque me quedara grande y necesitara refuerzos para ocuparme de aquello, sino porque en una fiesta, cuantos más de nosotros hubiera, mas diversión. Para nosotros, no para los humanos, por supuestos. Aunque tambi8én había varios ángeles, lo que me mosqueó un poco. Pero no demasiado. No era nada contra lo que nosotros no pudiéramos hacer nada.

Apoyé mis codos en la barra, mientras alzaba un dedo al camarero, que fue lo suficientemente avispado como para entender que le estaba pidiendo una de esas bebidas rojas que simulaban sin mucho éxito ser sangre. Mientras esperaba a que me lo trajeran le di la espalda a la barra, aunque me apoyaba en ella, con la intención de ver bien toda la fiesta. A unos metros a mi lado pude notar como había una de las mías. La miré mientras tocaba el sombrero de mi disfraz, inclinándolo suavemente, como en uno de esos saludos antiguos que se hacían en las películas en blanco y negro de los humanos. Volví otra vez la vista a la fiesta, mientras esperaba que el camarero me trajera una de esas bebidas. Y por su propio bien esperaba que lo hiciera pronto. No querría conocerme en estado de irritación, eso seguro. Además, aquella noche no era para irritarse. Era para dar miedo y divertirse. Aunque me da que esas dos cosas solo las iba a experimentar yo. Supongo que a los que asustara y con los que me divirtiera no lo pasarían tan bien. De todas formas, eso me daba lo mismo. Mientras me divirtiera yo, que más me daban los demás.

Vaya, vaya, parecía que aquella fiesta mejoraba por momentos, aunque solo fuera por la compañía de la “endemoniadamente” atractiva chica que me acompañaba. Como siempre, la mejor compañía era de la un demonio. Si tenías uno a tu lado, podías estar seguro de una cosa: aburrir no te ibas a aburrir. Claro que eso no significaba precisamente que te lo fueras a pasar bien, solo que no te ibas a aburrir. Depende de quién fueras, supongo. Si eras otro demonio, como en aquel caso, entonces sí que había abundantes posibilidades de que te lo pasaras como nunca. Si eras humano…bueno, tal vez si lo pasaras bien, aunque con un final algo agridulce. Y si eras ángel…lamentablemente, la diversión no estaba en nuestros planes para vosotros. Claro que ellos tampoco habrían podido comprender la diversión que nosotros ofrecíamos. Sería una absoluta pérdida de tiempo, así que no había ni que intentarlo. Tampoco era yo una hermanita de la caridad, ni mucho menos. No estaba para hacerles crecer el sentido del humor a los plumitas. No tenía nada de ganas de hacerlo y, además, creo que es algo imposible de hacer. No me iba a esforzar, y menos en algo referente a los ángeles.

Incliné la cabeza hacia la muchacha, aceptando el cumplido que me ofrecía. Por supuesto, ya lo sabía. Para todo el mundo era un placer conocerme, fuera quien fuera, y de la raza que fuera. La miré, pensativo, al oír las palabras que pronunció a continuación. Lo cierto es que tenía muchas cosas en mente, todas ellas geniales, por supuesto, aunque no sabía cuál de ellas plantear primero. –Nada en concreto.- repuse, mientras volvía la vista para mirar a toda la gente que había en la fiesta, bailando y charlando, ajenos a lo que se les estaba a punto de venir encima. -Tampoco es que haya que hacer algo grande para la fiesta…el listón está tan bajo que basta con algo pequeñito para hacer que sea interesante.- murmuré en su oído, como ella misma había hecho hacía pocos segundos antes. Tenía que reconocer algo: me gustaba su estilo. Tenía el presentimiento de que algo bueno iba a salir de aquella fiesta. Puede que no bueno para los demás, pero para nosotros sí. De todas formas, eso era lo importante.

Un suave carraspeo hizo que girara la cabeza en la dirección de aquel sonido. Al fin, uno de aquellos camareros de la fiesta me había traído la bebida que le había pedido hacía siglos y siglos. No estaba preocupado por que pudiera haber escuchado nuestra conversación, pues no éramos tan descuidados como para hablar de eso a voz de grito para que todo el mundo pudiera oírnos. Cogí el vaso, mientras miraba al camarero, que todavía seguía allí parado, enfrente de mí. ¿Qué esperaba, una propina o qué? Con lo que había tardado, no se la merecía para nada. Pero aunque no hubiera tardado nada, tampoco se la habría dado. Le dirigí una sonrisa y una inclinación de cabeza, como agradeciendo aquella bebida. Con eso pareció quedar satisfecho, pues al final se fue para atender a otra gente. Puse los ojos en blanco, borrando al instante esa muestra de amabilidad de mi rostro. Esperaba que esa expresión no se quedara para siempre en mi cara, sino, mal que iba. – Lo que hay que hacer por una bebida en este lugar.- refunfuñé, llevando el vaso hasta mis labios, probando aquel líquido rojo que simulaba sin mucho éxito ser sangre. Hice una mueca al saborearlo, pues no había cumplido mis expectativas en cuanto a bebidas se refería.- Demasiado flojo para mi.-repuse, pasándole el vaso a mi compañera en vistas de que su bebida ya se había acabado.- Todo para ti, para que luego digan que no se compartir.-

Desvié una vez más la vista hacia la fiesta, donde poco o nada había cambiado desde la última vez. Había visto como mi compañera miraba otra vez a aquel ángel de pelo negro que estaba con el humano, lo que me hizo pesar que quizás ya tuviera algo de interés por él…o por ella. Eh, yo no soy nadie para juzgar. Mientras yo había localizado al otro ángel que había conocido en aquella fiesta…. ¿cómo era? ¿Danna? ¿Shanna? Ah, sí, ya me acordaba. Hanna. Oh, qué bonita reunión teníamos montada por allí. – Veo que tienes ya un objetivo localizado, ¿no?- le pregunté a Sheeba, mientras miraba hacia el ángel y el humano hacia los que ella miraba hacía un rato. – Yo tengo varios…”conocidos” por ahí- repuse, mirando tanto al ángel a quien ella miraba como a la plumitas Hanna. – ¿Alguna idea brillante para que no nos molesten los insectos? Aunque ahora mismo yo dejaría paso a la improvisación. Esto es una fiesta, ¿no? Hay que desmelenarse.- le dije, encogiéndome de hombros con una sonrisa en los labios. Oh, sí, me encantaban las fiestas. ¿Qué haría yo sin vosotras? Probablemente lo mismo. Pero ¿Qué harías vosotras sin mí? Nada, porque una fiesta no es fiesta si no estoy yo. Y no era tan desalmado como para dejar una fiesta sin diversión. Para que luego digan que soy malo.