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Mensaje por Adrik L. Bahuer Mar Oct 18, 2011 12:02 pm

Una silenciosa silueta se recortaba contra el oscuro cielo de la noche. La luna llena arrojaba algo de luz en él, arrancando pequeños destellos a su cabellera castaña y haciendo que sus ojos parecieran más oscuros de lo que eran en realidad. Aquella esbelta figura me movía con elegancia, en silencio, sin ningún sonido que alertara a los demás de su presencia. Así es como se hacían las cosas. Con sigilo y discreción, sin que nada delatase a los demás tu presencia allí, para que la sorpresa fuera mayor cuando lo realmente malo pasara. Y en aquella noche cerrada, aquella silueta que me pertenecía a mí, seguía silenciosamente a un grupo de muchachos que se habían atrevido a colarse en el cementerio.

Todo había empezado a media tarde, cuando aún estaba trabajando. Un grupo de cuatro chavales habían entrado a mi tienda, armado tal alboroto que algunos clientes se volvieron para mirarles con mala cara, para ver si así ellos disminuían el volumen de sus gritos y risas, aunque el grupo no parecía haberse enterado de ese hecho. Entre risas, fueron directos a los libros esotéricos, sobre fantasmas y muertos. Como buen dependiente no les quitaba un ojo de encima, y no porque me preocupara que me robaran algo o rompieran cualquier cosa que tocaran, sino porque uno de ellos me había llamado especialmente la atención. Una de las chicas de ese grupo, una chica de ojos castaños, pelo color miel recogido en una coleta y multitud de pecas en la cara no era como los demás. No, no era una humana normal. Había algo de ángel en ella, aunque estaba claro que la chica no lo era. Sonreí para mis adentros cuando comprendí que aquella chica era lo que se llamaba “nephilim”, que tenía algo de ángel porque uno de sus dos padres lo era, pero el otro era humano. Así que estaba ante uno de esos seres, cuyas almas eran de lo más codiciadas. Por ello, no me perdí ni una sola palabra de la conversación que estaban manteniendo. Aunque hablaban entre ellos con susurros, podía oír como hacían planes para aquella noche. Y no eran planes normales, no señor. Eran planes que solo podrían ocurrírsele a unos humanos. ¿A quién si no se le ocurriría ir al cementerio a medianoche para invocar espíritus? Mira que a veces estos humanos eran de lo más tontos.

Era esa la razón por la cual me encontraba allí aquella noche, paseando por el “alegre” cementerio de la ciudad. No es que hubiera mucha luz, pero eso no era ningún problema para mí. No era la primera vez que paseaba de noche por un cementerio. Para mí no eran los sitios tristes que la mayoría de la gente pensaba que eran. Claro, ellos tenían seres queridos allí enterrados, y por eso les daba pena. Pero yo no tenía nada de eso. No tenía ningún ser querido, y menos enterrado. Además, la muerte de humanos no podía ponerme triste, como a ellos no les ponía triste la muerte de los insectos. Y era por la misma razón: porque no eran importantes. A los humanos no les importaba que un insecto muriera porque para ellos era algo pequeño, insignificante. Esa era la misma razón por la que a mí no me importaba la muerte de humanos: pequeños e insignificantes.

Tras un rato caminando entre lápidas con inscripciones de lo más variadas, pude escuchar unas voces un poco más delante de donde yo me encontraba. Pude identificarlas: eran las voces del grupo de chicos que estaba siguiendo, aunque esta vez el griterío y alboroto no estaban en sus voces, sino que ahora hablaban en voz baja, mirando en torno a si, como si de repente fuera a saltar un monstruo de entre las profundidades y fuera a acabar con ellos. Oh, espera. Eso estaba peligrosamente cerca de la verdad.

Pude ver las caras de los chicos cuando me acerqué un poco más a ellos, sin hacer ni un solo ruido. Algunos de ellos tenían caras asustadas, como por ejemplo la chica nephilim, cuyos ojos castaños estaban muy abiertos, oteando su alrededor con intranquilidad. Otra chica a su lado, una rubia de pelo corto también tenía pinta de tener miedo, pero no eran así los otros tres que les acompañaban, dos chicos y otra chica más, que exhibían una sonrisa en su rostro, seguramente riéndose de lo tontas que parecían las otras chicas por mostrarse asustadas por una cosa como aquella. Me temía que ellas dos tenían más que razón al mostrarse tan asustadas, y los otros tres pronto descubrirían que ellos también debían estar asustados. Aunque cuando lo descubrieran, ya no les serviría de nada.

Me apoyé en una lápida, mientras los miraba extender en el suelo un tablero, de esos para invocar a los espíritus. Se sentaron en torno a él, algunos inseguros, otros como si se tratara de un chiste. Se extendió una sonrisa en mi rostro mientras los veía deliberar sobre si debían empezar o no. La nephilim protestó, alegando que se quería ir a su casa, pero los otros insistieron. Una suerte, pues era la que más me interesaba del grupo. Siempre estaba bien llevarte humanos, pero el alma de la nephilim era más valiosa, más codiciada. Me interesaba más si ella estaba incluida también el en lote. Y allí, simplemente, esperé el momento apropiado. Me deleité pensando que ellos no sabían que sus horas estaban contadas, que nunca saldrían de aquel lugar. Habían ido al lugar indicado, el cementerio, pues allí era donde iba a acabar, pero puesto que habían entrado por su propio pie, ya nunca podrían salir de allí. Si, habían ido a invocar espíritus. Pero aunque ellos no quisieran, lo que habían invocado no era un espíritu, sino un demonio. A mí. Y seguro que eso no les haría ninguna gracia cuando lo descubrieran. Descansad en paz, queridos.
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Mensaje por Evan O'Connor Sáb Oct 22, 2011 4:48 am

Era una noche bastante extraña, a los amigos de Annelysse no se les habia ocurrido mejor idea que ir a un cementerio a hacer alguna de sus cosas raras, no estaba nada de acuerdo con la idea más sabiendo que allí podría presentárseles cualquier demonio y atacarlos especialmente porque ellas iría con ellos allí a pasar el rato y divertirse según lo que habia dicho, le habia preguntado si quería que la acompañe pero se habia negado refutando que al otro día me tocaba tener clases temprano, bendito momento de anotarme en la universidad maldije en ese momento para mis adentros, me importaba muy poco la universidad si mi novia estaba corriendo algún peligro.

Esa conversación que habíamos tenido en la tarde habia desencadenado a que yo me encontrara en el cementerio bien escondido atento a todo lo que pudiese ocurrir, obviamente no iba a dejarla venir sola solo estaría por si era demasiado necesaria mi intervención y no la molestaría para nada es mas era preferible que no se enterara que habia estado allí porque si no tal vez podríamos tener alguna pelea al seguirla, sabía que no era apropiado pero ella lo relacionaría a la falta de confianza pero en realidad era porque no quería que ningún demonio se le acercara en lo más mínimo a ella. Si supiera que su alma era la más valiosa entre los demonios y que la gran mayoría por no decir su totalidad querían poseerla entendería porque me volvía tan protector con ella siempre, hasta este punto por ejemplo, el estar escondido mirando todo atentamente.

No podía evitar tener el ceño fruncido al ver las estupideces que hacían sus amigos creyéndose bastante inteligentes, diciendo cosas supuestamente conjuros y distintas palabras que al final terminaban por todos estallando en risas, notaba a mi novia un poco intranquila y suspire sonoramente pero bajo, habia sido una mala idea dejarla ir allí con sus amigos pero tampoco podía oponerme ya que si así lo hacia tal vez derivaría en una pelea y después de que estuvimos varios días sin vernos era lo que menos quería, necesitaba de la tranquilidad que ella me brindaba pero en ese momento era lo que menos tenia, es más tenia preocupación por que apareciera no uno sino varios demonios y no pudiera con ellos solo esperaba que eso terminara lo antes posible.

Mire algunas lapidas a mi alrededor con ciertos nombres, no sabía como pero sabía el destino de cada uno, algunos habían ido al cielo con nuestro señor pero otros no habían corrido con la misma suerte y habían terminado en el infierno. Supuse que era algo normal en los ángeles que pudiéramos ver la luz o la oscuridad en las personas, eso me pasaba siempre que alguien nuevo se acercaba a ella, siempre sabia de sus intenciones por eso en algunas ocasiones me ponía celoso sin poder evitarlo, sabía que me amaba tanto como yo a ella pero en realidad no podía controlar mis celos en algunas ocasiones, tenía miedo que en algún momento se diera cuenta que no era lo que ella necesitaba o algo así, tenía terror que me dejara cuando descubriera la verdad porque sabía que en algún momento me tocaría decírsela sin tener que pensar en las consecuencias.

Me saco de mis pensamientos el sentir una presencia algo extraña en el lugar, cerré los ojos para poder sentirla concretamente y los abrí rápidamente inspeccionando el lugar, un demonio estaba muy cerca de ellos. Maldecí bajo y empezó a inspeccionar todo con cuidado de no hacer ningún ruido para pasar desapercibido y de encontrarlo para confrontarme a él y decirle que se valla lo antes posible, no dejaría que ocurriera absolutamente nada eso estaba decidido, solo esperaba tener el tiempo suficiente para que anny se fuera con sus amigos de una buena vez.

Alfan divise al demonio, estaba apoyado en una lápida, tranquilamente fui hasta el hasta que lo agarre de atrás y lo empuje haciendo que se aleje de donde estaba mirándolo seriamente pero sin llegar a enojarme demasiado, no me gustaba hacerlo por lo cual casi en la mayoría de las situaciones intentaba guardar la compostura- Ni se te ocurra acercarte a ella –gruñí prácticamente ya sin poder evitarlo bastante enojado por el simple hecho de que planeara hacer algo contra ella.
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Mensaje por Adrik L. Bahuer Lun Oct 24, 2011 11:47 am

Me parecía curioso como en casi todas las culturas se consideraban los cementerios como algo malo, o sino malo, triste. Ahí era donde los seres queridos estaban enterrados, donde reposaban sus cuerpos sin un alma que les diera vida, pues ésta estaba ya en otro lado, dependiendo de si había sido buena o mala. Claro que a mí no me parecía tal cosa. Ese sitio para mí no era nada triste, ni malo, sino todo lo contrario. Era como un monumento a nuestra victoria, un gran lugar donde se ponía de manifiesto nuestra superioridad ante la raza humana, pues ellos acababan allí, bajo montones de tierra, mientras que yo aún seguiría allí mucho después de que los nietos de aquellas personas fueran a hacerles compañía. Y no me daban ninguna lástima. Ellos estaban para eso. Esa era su misión en la vida. Servir para algún propósito de los nuestros, y cuando lo hubieran cumplido, ya no servían para nada, así que, simplemente, nos deshacíamos de ellos. Claro, siempre con la pequeña recompensa de llevarnos su ánima, su aliento vital hacia nuestro terreno. Era un buen trabajo, la verdad, no me podía quejar. Me gustaba.

Tal vez el que aquel lugar no me produjera ninguna tristeza se debía a que no tenía a ningún ser querido allí, bajo tierra. Bueno, no tenía ningún ser querido a secas. Y tampoco es que los necesitase, la verdad. Muy a menudo los seres queridos solo eran una carga, algo que te impide hacer eso que quieres y tienes que hacer, pues te atrapa en su red de cariño y amor, y de ahí si que no puedes escapar. Y eso, para alguien como yo, era de lo peor. Ni siquiera se pasaba por mi cabeza el tener a alguien a quien quisiera en mi vida. Eso me impediría enormemente mi trabajo. Y, por ahora, mi trabajo era lo más importante para mí. Era algo que me gustaba, que tenía que hacer, para lo que había sido creado. Y no debía distraerme de esa acción por nada del mundo, y menos, porque alguien querido se hubiera metido en mi vida. No, actualmente el único ser querido que tenía en la vida era a mí mismo. Y, la verdad, es que me gustaba. ¿En quién podía confiar más que en mi mismo? Sabía que yo no me podía fallar. Era una apuesta segura. Y aunque a mí me encantara correr riesgos, en cuestiones de confianza no era tal el gusto. Cuando se trataba de depositar tu confianza en alguien, tenías que tener en cuenta que te arriesgabas a tu destrucción si la persona elegida no era la adecuada. Por esa razón, el único en quien confiaba era en mí mismo. Y, por ahora, me estaba yendo fenomenal.

Continué observando a aquella pandilla de humanitos, paneando la mejor forma de abordarles. No quería perder a la pieza joya del grupo, claro que las almas de los demás también estaban bien, pero a ver quién es el guapo de rechaza conseguir un alma de aquellos extraños híbridos. Pues nadie, estaba claro. Por supuesto que también me iba a llevar las almas de sus compañeros humanos, pero esos eran premios menores. El premio gordo era la nephilim, y yo iba a conseguir ese premio. ¿No lo conseguía siempre? Ese no sería otro más de mis incontables victorias. La lista de victorias se iba alargando, tanto que pensé que debería comprar otra lista, pues todas no me iban a caber en la misma. Y, por supuesto, las victorias que me quedaban en el futuro, que no serían pocas.

Pero hubo algo que me distrajo de mis pensamientos, sacándome de planear lo que tenía en mente. Pues había percibido algo. Si, lo percibía. Aquella aura de paz y tranquilidad que siempre llevaban consigo los ángeles. Así que había uno allí esa noche. Que oportuno. Mira que eran pesados esos ángeles, no podía ir a ningún sitio sin que ninguno de esos plumíferos apareciera por allí. Pero bueno, ¿Qué hacía ese allí? No creí que los cementerios fueran un plato de gusto para ellos. Toda esa bondad y ricura que los caracterizaba no pegaba con un sitio tan lleno de muerte y tristeza. Entonces, no es que ese ángel estuviera allí por placer. ¿Por trabajo, quizás? Pudiera ser. Seguramente, si yo ya sabía que él estaba allí, él sabía que yo también me encontraba allí. Había aprendido a no subestimar las capacidades de los ángeles, pues eran casi tan buenos como nosotros, pero solo casi. Pronto lo tendría rondando por allí, entonces.

Y, como siempre, no me equivocaba, pues sentí como algo me empujaba lejos del grupo que estaba vigilando. Desvié la mirada hacia aquello que me había empujado, aunque no me hacía falta mirarle para saber que se trataba de un ángel, pues su aura ya me lo estaba diciendo. Clavé la mirada en el ángel rubio, cuyos ojos ya destilaban un enojo que seguramente se fraguaba en su interior. Pobres plumitas, por mucho que os enojéis no vais a cambiar nada. Eso solo hará que se confirme la superioridad de nuestra raza sobre la vuestra.

-Más te valdría que calmaras tu enojo. ¿No es la ira uno de los pecados capitales? A ver si el de arriba de va a enfadar contigo.- le dije, con una sonrisa burlona en el rostro. Aunque sus palabras me intrigaban, pues no había dicho que me alejara de ellos, sino de “ella”. ¿Acaso había alguien en ese grupo lo bastante importante como para que un ángel se preocupara tanto de una sola persona? Llegué a la conclusión de que se debía tratar de la nephilim. Los demás no eran tan importantes como para que un ángel se enojara tanto por ellos, ni siquiera había visto a un ángel guardián enfadarse tan rápido por una intervención de un demonio. Por lo cual, o ese ángel era extremadamente irritable, o el alma que guardaba era sumamente valiosa. La de la chica nephilim, por ejemplo.- Y en cuanto a tu petición…creo que tendré que rechazarla. Sabes, no es nada personal, pero quiero esas almas, así que será mejor que te apartes y me dejes hacer mi trabajo…y lo digo por tu bien.- le dije, mientras me volvía a colocar bien la camiseta que se había arrugado con el tirón del ángel. Si me la hubiera roto, le habría matado allí mismo. Bueno, no. Primero le habría hecho pagarme una nueva, y luego ya, le habría matado. Había prioridades. Primero yo, y luego, los demás.
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