Summer Fest {Todos!}

Una noche más. Aquel había sido un día algo aburrido, la verdad. Había estado todo el día encerrado en la librería, sin poder salir a descansar ni un minuto, todo el tiempo rodeado de libros viejos, atendiendo con una sonrisa en la cara a todos esos tontos humanos que se paseaban por la tienda, ajenos a la criatura que se agazapaba tras el mostrador, siguiéndoles con sus oscuros ojos, preparando el momento perfecto para hacer que su inocente entrada a la pequeña librería acabara siendo de todo menos inocente….pero no. No debía hacer eso. Debía recordar la discreción. Esa era una de las cosas más importantes. Sin confianza, no podía hacer nada con los humanos. Bueno, claro, siempre cabía la posibilidad de arrebatar almas d forma más salvaje, pero en aquel momento era preferible consolidar una humana fachada para tratar con los humanos. Era mucho más satisfactorio ver los rostros de los humanos, sus caras de terror, sus ojos con la confianza rota al ver lo que realmente pasa y cómo van a acabar. Esa era una sensación indescriptible, mejor que ir ahí, a lo loco. Claro que para eso se necesita paciencia. Y en ocasiones, lamentablemente, no era posible tener paciencia.

Giré la llave de la puerta de la tienda, aunque no me preocupaban excesivamente los ladrones. Si querían entrar allí, se las verían con su dueño. Y probablemente no les gustaría nada tener que vérselas conmigo. Mientras guardaba las llaves en el bolsillo de mi chaqueta, me pregunté a donde podría ir aquella noche. A algún sitio con mucha gente, cuanta más, mejor, pensé. Entonces recordé. Aquella era la noche del festival, ese que se celebraba cada año. Seguro que habría mucha gente joven por ahí. Los jóvenes eran los más fáciles de engatusar, y aunque a mí no me gustaran las cosas fáciles, no iba a desaprovechar una oportunidad para poder llevarme alguna que otra alma joven conmigo. Pero, claro, antes de eso, habría tiempo para divertirme un poco con los humanos que encontrara por allí.

Cuando llegué, el festival ya había comenzado. La gente ya estaba bailando, tomando copas y disfrutando de la noche tan agradable que teníamos por delante. Una pequeña sonrisa siniestra se fue extendiendo poco a poco por mi rostro. Aquella iba a ser una gran noche, de eso podía estar seguro. Además, pude intuir que no había solamente humanos por allí. También había unos cuantos ángeles, y algún que otro demonio. Pude ver como un par de ellos intentaban hacer algo con dos jóvenes, pero no pudieron acabar lo que quiera que estuviesen haciendo. Una de esas plumíferas se interpuso entre ellos, haciendo que los humanos se fueran tan ricamente. Lancé una mirada penetrante a aquel ángel, aunque ella estaba tan concentrada en ir con su amiga ángel y otra humana que había cerca de ella que ni siquiera reparó en mi presencia. Aquella visión me produjo un malestar ya de entrada. ¿Cómo se atrevía a desbaratar aquella muestra de maldad? ¿Quién se creía que era? Aunque, bien visto, tampoco es que se hubieran esmerado mucho los demonios con aquel plan. Si lo hubieran hecho bien, probablemente habría hecho falta más de un ángel para pararles los pies. Pero en fin, no puedo estar siempre intento a los demás.

Me acerqué a la barra donde servían las bebidas, huyendo un poco de todos esos cuerpos en movimiento que bailaban un poco alejados. Y era raro que yo huyera de eso, pero en aquel momento necesitaba una bebida en la mano, al menos para quitarme el mal trago de haber visto a un ángel allí. En serio, ¿Qué leches hacía allí? Los ángeles no van a fiestas. Se quedan en sus casas y…no se….son aburridos. Simplemente. Pero no, tenía que haber unos allí, simplemente para amargarme la noche. Pues bien, no lo iban a conseguir ni por asomo. No era nada con lo que yo no pudiera. ¿Qué había ángeles cerca? Muy bien. Me ocuparía de ellos mas tarde. Ahora, debía disfrutar.

-¿Cuál es la bebida más fuerte que tienen?- le pregunté al camarero que me vino a atender en la barra. Sus ojos castaños me miraron, inseguros, cuando fue a buscar aquello que le había pedido. Perdí de vista al muchacho cuando volví la vista atrás, donde toda esa gente bailaba y se divertía. Una ráfaga de aire me revolvió el pelo mientras mis labios se curvaban en una sonrisa. La noche es joven. Y ya era hora de que se animase un poco la cosa. Bailad, marionetas, bailad. La diversión solo acaba de empezar.

Parecía que el festival estaba de lo más animado, claro, siempre dentro de los parámetros humanos. Los pobres no sabían lo que era divertirse, y en ausencia de algo mejor, lo más que podían aspirar era a celebrar algún que otro festival como aquel. Pero nunca llegarían a conocer la diversión de verdad, a aquella diversión que gozábamos los demonios como yo y que, comparada con aquella, era cien mil veces mejor. Claro que podríamos compartir nuestra diversión con otra gente que no fuera demonios, humanos en su gran mayoría, pero eso tenía un precio, uno muy alto que todos debían pagar por una experiencia con un demonio, y que nunca acababa bien para ellos. Claro, que los humanos de eso no sabían una palabra. Se creían que la diversión y la emoción que les proporcionábamos los de nuestra raza era gratuita. ¡Ja! Como si es esta vida se diera algo gratis. No se hace nada si no se espera que te entreguen algo a cambio, eso ha sido así de toda la vida. Claro, que lo que nosotros exigíamos de pago tal vez les pareciera algo elevado. Pero nunca se lo había preguntado a ninguno, por lo que no podía saberlo con exactitud. Y como tampoco me importaba demasiado lo que ellos opinasen sobre el tema, pues estaba bien como estaba.

Carraspeé suavemente, intentando llamar la atención del barman, aquel que todavía no me había traído aquella bebida que había pedido hace siglos. ¿Cómo se atrevían a hacerme esperar tanto? No es que esa espera contribuyese a mejorar mi estado de humor, claro está. Al final, pude ver como una cabellera castaña se acercaba hacia mí: era el mismo camarero de ojos castaños al que había pedido la bebida. Por fin, ya venía. Le había costado lo suyo al tipo. Sus ojos castaños me miraron, intranquilos, mientras ponía frente a mí un vaso lleno de un líquido marrón, con grandes hielos flotando en su interior. Alcé la ceja, mientras llevaba el frío cristal del vaso a mis labios, dando un pequeño sorbo al líquido que había en su interior. Miré al castaño, mientras me encogía de hombros. No era la mejor bebida que había tenido el placer de degustar en mi vida, pero eran humanos, y no se les podía pedir demasiado. Bastante tenían con haber comprendido lo que les había pedido, no iba a exigirles además que lo hicieran bien. Sería ya pedir demasiado a sus pobres y limitadas mentes.

Recorrí con la vista la barra, mientras con el rabillo del ojo veía como el camarero exhalaba un suspiro de alivio y se iba a atender a otra gente. Seguramente estaba aliviado de que ya no estuviera en mi punto de mira, pues si lo hubiese estado más tiempo, seguramente habría acabado mal la cosa. Para él, está claro. Sin embargo, algo distrajo mi atención del castaño. Un movimiento en la barra, una chica rubia que me saludaba, alzando su vaso para hacer un brindis a distancia. Dirigí una sonrisa a la rubia, alzando mi nuevo y flamante vaso para responderle de la misma forma. Lo cierto es que la muchacha era guapa, todo había que decirlo. La observé levantarse de su asiento, para ir a dios sabe dónde, tal vez al tocador, quizás a tomar el aire, quien sabe, lo cierto es que no me importaba lo más mínimo, pero le devolví una encantadora sonrisa cuando ella me sonrió de camino a donde quiera que fuese. Miré hacia el asiento que había estado ocupando antes de levantarse, y pude notar como había dos acompañantes de la muchacha. Pero no eran personas normales y corrientes, sino que eran algo más. Aquellas almas puras, aquellas plumíferas que solo soñaban con hacer el bien fuese donde fuese. Buej, que asco. Y había dos allí, justo ante mis narices. ¿Qué hacían? ¿Acaso velaban por la seguridad de aquella chica rubia, como dos ángeles guardianas? ¿Tan torpe o problemática era la rubia, que eran necesarias dos ángeles para velar por su seguridad? Si ella era tan problemática como para necesitar dos ángeles que le guardaran, definitivamente me interesaba conocerla.

Deslicé mi vaso por la barra, que quedó justo al lado de donde estaban ambas plumíferas, y donde antes también había estado la rubia. Con relajados andaremos, seguí a mi vaso hasta situarme donde ellas, a la distancia suficiente para mantener una conversación con ellas, aunque no eran las que me interesaban precisamente, pero bueno, fastidiar a un ángel siempre viene bien. A ver quién es el guapo que desaprovecha una oportunidad como aquella.

-Qué reunión tan encantadora.- comenté, mientras miraba hacia las dos plumitas.- Aunque creo que la balanza está un poco desequilibrada… ¿Os importa si hago algo al respecto?- con lo de la balanza, obviamente, me refería a que había mucho ángel junto y poco demonio, con lo que la balanza se equilibraba más hacia los ángeles que hacia los nuestros. Esperaba que aquellas dos hubieran pillado a lo que me refería, aunque con un intelecto tan limitado, lo dudaba bastante.- No respondáis, me da exactamente igual lo que penséis.-les dije con una sonrisa en el rostro, antes de que contestaran a la pregunta lanzada anteriormente. Ah, molestar ángeles. ¿Había algo más divertido que eso? Bueno, sí que lo había, pero lo que me vino a la mente no era para hacerlo de manera pública. Estaba mal visto hacerlo en medio de tanta gente, y además, la policía podría detenerme por escándalo público. No es que me importase en exceso la policía, pero no quería llamar la atención excesivamente en mí esa noche.

Apoyé mi espalda en la barra, mirando directamente a la angelita que estaba bailando. Me sorprendieron gratamente sus ojos, muy bellos y claros. Siempre me habían atraído las personas con ojos claros y cabello oscuro, cosa algo difícil de encontrar, pero que aquella tenía, pues su cabellar era larga y negra como la noche. Aunque la otra angelita tampoco se quedaba corta. Cierto que su pelo castaño no era tan oscuro como el de su compañera, pero sus ojos eran igual de claros. Una sonrisa se deslizó por mi rostro al verlas a los dos, mientras daba un pequeño trago de mi bebida. No estaba nervioso, para nada. Si, ellas eran dos, y yo solo uno. Pero sabía que ellas no tenían nada que hacer conmigo. No representaban ningún peligro para mí. Por eso podía permitirme aquel estado de relajación, que no parecía que fuera a cambiar en breves.

Había olvidado lo irritante que era estar en presencia de un ángel. Y no es porque mi contacto con los seres de aquella raza hubiera mermado en los últimos meses, más bien al contrario, pues últimamente mis encuentros con los plumíferos eran más que frecuentes. Lo que de verdad había olvidado era como se trataba a esos seres, pues mis contactos con ellos normalmente solo terminaban de dos maneras: o me las ingeniaba para seducir y hacer caer al susodicho plumitas, o simplemente, acababa con su existencia antes de que tuviera ni siquiera que cruzar una sola palabra. Era fácil, sencillo, y sobre todo, muy divertido. A lo que no estaba tan acostumbrado era a aquello, a tener que guardar las formas ante los humanos y no poder hacer ni un mínimo movimiento ante aquellas dos muchachas. Claro, si había que hacerlo lo haría, y ni una queja respecto a ello saldría de mi labios. Sabía actuar, y, por encima de todo, sabía contenerme. No sé qué se creían aquellas dos, ni cuantos demonios habrían conocido a lo largo de su patética existencia, pero yo no era de ese tipo de gente impulsiva, que iba a saltar a su cuello para clavarles un puñal en el corazón ante la mirada atónita de toda la gente. Claro que me apetecía hacerlo, pero aquel no era el momento. Sabía ser cuidadoso, y ese no sería un movimiento demasiado inteligente por mi parte. Habría tiempo para eso, oh, por supuesto, pero me temo que eso sería algo más….privado. No quería miradas indiscretas en el momento de arrebatar la existencia a las dos gentiles damas que se balanceaban al ritmo de la música. Sabría esperar el momento. Y cuando todo acabara, descubriría que la espera había merecido la pena.

Alcé una ceja, taladrando con la mirada a la angelita castaña, escuchando las palabras que salían de su boca. Me pregunté cómo era posible que tanta cantidad de sandeces salieran de sus labios. No podría ser sano el tener toda esa tontería dentro, la pobre tenía que liberarla de algún modo. Y vaya cosa, había tenido que liberarla conmigo. -¿Otros?-repuse, con cierto desdén.- Que yo vea aquí no hay más “otros”, bonita…- le dije, poniendo los ojos en blanco al ver como se reía de su propia broma. Mas valía, porque si no se reía ella, nadie más lo iba a hacer- ¿Ah, no? Ya me presentarás a ese demonio cobarde…ah, no, espera. En realidad me da lo mismo tus demonios cobardes, y tú también, así que mejor no me molestes y cierra la boca, si no quieres verme cabreado.- terminé, aunque nada en mi tono de voz indicaba irritación ni nada que se le pareciera remotamente. Tal vez fuera porque no estaba irritado, ni siquiera un poco molesto. Hacía falta algo más que los patéticos intentos de un ángel por hacer algún comentario ofensivo para que desatara mi cólera. Y aunque aquellas angelitas parecieran muy seguras de sí mismas, no me cabía la menor duda de que no querrían conocer mi furia.

Lo cierto es que prefería la táctica del otro ángel, que consistía en ignorar por completo mi presencia allí. Al menos, no se ponía en evidencia como la otra, intentando hacer comentarios hirientes sin conseguirlo ni un pelo. Al menos así mantenía algo de dignidad, si es que esos seres gozaban de tal cosa, algo que, desde mi punto de vista, claramente carecían. Examiné la sonrisa del rostro de la pelinegra, interpretando su sonrisa como un escudo, algo con lo que ella pretendía hacerme creer que no me tenía miedo, y que no podría tocarle ni un pelo. Por un momento me compadecí de ella, si es que pensaba tal cosa, era más tonta de lo que me había imaginado. Pero rápidamente esa compasión se fue de mí ser tan rápido como había venido. La compasión no es algo que forme parte de mi ser, y menos por una criatura como aquella. Una sonrisa retadora se extendió por mi rostro, una que respondía a la suya diciendo algo como “Ya lo veremos”.

Giré la cabeza, mirando directamente a los ojos de nuevo al ángel castaño.- ¿Es una pregunta de verdad o simplemente estás de broma? Ah, debe de ser de verdad, vosotros no sabéis bromear. Respondiendo a tu pregunta, no. No me gusta lo que veo en absoluto. Y si te crees que por esos intentos de ser desagradable conmigo vas a lograr algo, me entristece decirte que no va a ser así. Créeme, tengo más experiencia que tú en ser desagradable, y no vas por buen camino hasta ahora.- le respondí, mientras daba otro sorbo a mi copa, mirando el agitado líquido que contenía. Prefería la visión de aquel vaso que pasarme un minuto más aguantado la visión de tanta bondad y tanta tontería de aquel par de mojigatas.

Sin embargo, algo mucho más interesante hace que deba desviar mi mirada del vaso hacia lo que pasa a mí alrededor, pues la tan aclamada rubia que acompañaba a estas dos plumíferas parecía que había vuelto, y lo había hecho por todo lo alto, castrando a un pobre diablo, metafóricamente ambas cosas, claro. La miré acercarse, con una chispa de interés en los ojos y una ceja levantada. Vaya, pues parecía que aquella era de armas tomar. Un punto a su favor. Al menos ella podría añadir una chispa de emoción a aquella noche de aburrimiento. Si tenía que pasarme un minuto más intentando hablar con aquellas dos aburridas plumitas, me pego un tiro. Bueno, no, mejor se lo pego a ellas. Me saldría más a cuenta.

-No te andas con tonterías, ¿eh?- lancé mi comentario a la rubia, viendo como la pelinegra acudía en auxilio del castrado, aunque éste rechazó su ayuda. Aplaudí mentalmente la actitud de aquel joven. – Soy Adrik, y creo que ésta es la primera vez que digo sinceramente “es un placer conocerte”.- le dije, estrechando su mano a modo de saludo, mientras le sonreía y apuntaba mentalmente el nombre del ángel castaño. “Hanna”, le había llamado. No es que me interesara mucho, pero bueno, ya tenía un nombre que grabar en su futura lápida. No estaba seguro de que fuera yo quien lo grabara, pero seguro que si era el responsable de que ella acabara allí.

Puse los ojos en blanco al oír las menciones sobre ir a bailar. Obviamente, al ser proposiciones hechas por un ángel, no me incluía a mí: creo que la oferta solo era válida para las tres mujeres que tenía ante mí. Pero no me importaba. No estaba esperando una oferta por parte de ellas para nada, si yo quería hacer algo, lo haría y punto, no estaría esperando a que viniera una plumitas para decirme nada. – Yo me puedo divertir desde aquí.- repuse, apoyándome en la barra.- ¿Sabes? Nunca he entendido los bailes. Si quieres algo en lo que moverte de forma frenética, sudar y divertirte, conozco otra manera más divertida y sana de hacerlo sin que parezca que eres un pato mareado...- comenté, sin dirigirme a nadie en particular, simplemente expresando un pensamiento al aire. Sabía que la rubia entendería a que me estaba refiriendo, aunque tenía serias dudas sobre si las plumíferas entenderían de lo que estaba hablando. Pero, francamente, me importaba un comino si eso era así o si no.- Claro que eso no está al alcance de todos…y me temo que no sería posible ahora mismo. De todas formas, paso de bailar. No quisiera acabar como cierto chico que se quedó sin fábrica de niños por obstruir el paso.- dije, lanzando una mirada divertida a la rubia Yaiza, aunque dudaba seriamente el que yo pudiera acabar de aquella forma. Aquel que se atreviera a tal cosa estaría retorciéndose en un dolor mucho mayor que el provocado al atacar la entrepiernas de alguien antes de que se diera ni cuenta.

La noche avanzaba, incansable, en aquella fiesta medianamente divertida. Y yo allí, como un pasmarote, plantado en la barra, cuando había tanta gente bailando, expuestos, sin protección. Cualquiera de ellos me serviría para una noche, una simple noche de diversión y luego, adiós, adiós humanito. Si, sería muy fácil. Tal vez demasiado fácil. Claro que tampoco podía pedirles más a los humanos. En cambio, no estaba allí,. En medio de toda aquella gente, intentando llevarme a unos cuantos por delante. En lugar de eso, estaba en la barra, intercambiando palabas con un par de mojigatas plumíferas y su amiga rubia. ¿Cómo había llegado a aquello? ¿Cuándo habían cambiado mis prioridades, que iban antes unas plumíferas que la diversión? Y si al menos estuviéramos haciendo algo interesante, aun podría haberlo entendido. Pero no. Solo estábamos hablando, intercambiando palabras hirientes. Bueno, al menos yo si las decía. Ellas hacían un pequeño intento de ello, pero no lo conseguían. Eso es lo que tiene el ser un ángel bondadoso. Supongo que ser un angelito bueno está bien si estás en el cielo, pero esto era la Tierra, y no se parecía mucho al cielo. Y menos mal. No me gustaría pasarme la vida en un lugar que fuera parecido al sitio del que venían los ángeles. Antes que eso, me volvía por donde había venido. Al menos ese lugar si que me agradaba.

Parecía que había conseguido que la angelita castaña se molestara, o al menos así me lo parecía, por sus palabras y su insistente dedo dándome golpecitos en el pecho. – Pues nada, peor para ti, sigue diciendo tonterías. Y yo que solo lo hacía para que no quedaras en mal lugar…. En fin. - Le contesté, mientras cogía su dedo pro su extremo, como si fuera algo asqueroso que no quisieras tener en contacto con tu cuerpo, que de hecho era exactamente lo que me parecía a mí - ¿No te han dicho nunca que señalar es de mala educación?.- le espeté, mientras dejaba caer su dedo en una zona más próxima a su cuerpo, lo más lejos de mi como fuera posible.- Creí que vosotros tendríais más modales….- comenté, encogiéndome de hombros. Me daba lo mismo si ellos eran educados o no. En teoría debían serlo, pero si no lo eran…pues mira, bien por ellos. No iba a preocuparme en exceso de por si tenían educación o no. Yo era educado según al situación lo requiriera, en ocasiones era bueno serlo, pero en otras no. Claro que ellos no tenían esa capacidad mental para saber en qué ocasiones tenían que cambiar el chip de la educación. No les podía pedir mucho a las pobres. Simplemente, eran ángeles.

No pude evitar que una pequeña carcajada se deslizase entre mis labios cuando oí las siguientes palabras de la castaña. Otro patético intento de la pobre por ser desagradable. En serio, ¿no veía que estaba haciendo el ridículo con aquello? Puse los ojos en blanco. – Creo que el sentimiento es mutuo, yo tampoco quiero conocerte. Y no necesito conocerte a tu en concreto para saber que las bromas no son el fuerte de los plumitas…no sabríais lo que es la diversión aunque os estuviera mordiendo la mano.- le comenté, dando otro pequeño trago a mi bebida. - ¿Soy un grano en la cara? Oh, muchas gracias, es todo un halago para mí. Te diría lo que eres tú, pero, ¿sabes? Eres tan poca cosa para mí que no merece la pena ni encontrar un símil. No te ofendas, querida. O espera, si, oféndete. Por algo lo habré dicho, ¿no?.- terminé, con una sonrisa burlona en los labios, dirigida a la castaña.

Era una suerte que tuviera una humana también a mi lado, para distraer un poco la mente de tanto ángel por allí pululando, cosa que no me hacía ni pizca de gracia, pero al menos ella compensaba un poco aquel ambiente demasiado “angelical” con su humana presencia. – Así es, estoy de acuerdo contigo. Los intermedios están fuera de lugar, y más en una ocasión como ésta. Y bueno, si tu “amigo” se comportaba así con todo el mundo, dudo mucho que hubiera tenido descendencia aunque no se hubiera encontrado contigo. Aunque, bueno, nunca se sabe cuándo puede ocurrir un milagro.- le comenté, con una sonrisa en mis labios, mientras mi mirada se giraba hacia las dos ángeles ante la mención del milagro.

Apoyé mis codos sobre la barra, mientras observaba como la rubia se hacía con el asiento dejado por la castaña cuando ésta se fue a bailar, haciendo que la distancia que nos separaba a ambos fuera menso evidente. Lo cierto es que prefería aquella presencia cerca de mí antes de que fuera la presencia de una de las dos plumíferas. Ella, al menos, tenía algo interesante que decirme, cosa que las otras dos no tenían ni remotamente. – Obviamente, esa persona tiene que saber cómo se hacen las cosas. Si no lo sabe, entonces sí que estoy de acuerdo en que el baile es más divertido. Pero si esa persona es como tú dices, no hay ningún problema.- le dije, mientras la veía observar hacia todos los lados, medianamente intrigado por aquello que tenía que decir y que no quería que gente externa oyera, pues para eso se miraba hacía todos lados antes de decir algo, digo yo, vamos.- Ya lo creo….hasta puede que sean más de una persona la que esté en este momento practicando la….hum…”alternativa al baile”.- le contesté, utilizando aquel eufemismo para hablar del sexo, pues me parecía una forma más fina y elegante que decirlo directamente, aunque por mi parte, no tenía ningún problema para decir aquella palabra en voz alta. – Me imagino que quieren ser discretos, a nadie le gusta que le miren mientras está en pleno acto. Bueno, hay personas que si, pero esos ya son casos especiales.- si es que gente rara había en todas partes, y yo no era de esas personas a las que les gusta mirar como otras personas hacen el acto sexual delante de ellas. Yo soy más de las que realizan el acto, y si alguien quiere mirar, pues no le voy yo a negar una entrada. Este es un país libre, ¿no?- No te preocupes, no me comportaré como ese cretino. Algunos sabemos cómo comportarnos en público y no como unos babosos que no se rinden ante un “no” y que con su insistencia no hacen más que hacer gala de su patetismo.-respondí, mientras daba otro trago más de mi copa, cada vez más vacía. Pues sí que eran pequeños estos vasos. ¿A quién se le ocurría hacer unos vasos tan pequeños para una fiesta? Solo a una mente tan limitada como la mente humana, claro está. Estúpidos.

-Esos “placeres paganos” son perfectamente naturales, está claro que si se hacen presentes, haya que aliviarlos de alguna forma, y si es en el momento, mucho mejor, aunque no todo el mundo sabe buscar el lugar correcto cuando esos deseos llegan. Supongo que eso se arregla con la práctica, ¿no? .- asentí ante sus palabras con las mías propias. No me desagradaba para nada el pensamiento de la rubia, aunque fuera una humana cualquiera había que reconocer que tenía una mente bien dispuesta y unas ideas claras. Y esas ideas eran la mar de interesantes, todo había que decirlo. – No es bueno negar esas cosas, es como si negaras que respiras o que comes. Es algo tan natural como eso, no hay que avergonzarse, y si alguien dice que no lo hizo, estoy de acuerdo en que no son más que excusas. Aunque puede que alguno diga la verdad, para lo cual ya sabríamos cual sería la medida que habría que tomar. Para todo hay una primera vez, ¿no?- que mojigata, la gente que no había probado tal cosa. No sabía lo que se perdía, pues era una de las mayores diversiones que había en el mundo. Y luego decían que yo era malo…pues había llevado mucha diversión y placer por el mundo. ¿Acaso eso era malo? Claro que luego había acabado de una manera funesta, pero eso era lo de menos.

-Así que un baile puede demostrar eso, ¿eh? Yo prefiero comprobarlo de una forma más tradicional, pero bueno, allá cada cual con sus métodos. – contesté a la pelinegra, que se había puesto a hablar de no-se-qué profesor. No pude evitar que una sonrisa se extendiera por mi rostro ante las palabras de la mujer: “Al principio no lo creía pero la experiencia terminó demostrándome que era cierto.” ¿Qué la experiencia qué? ¿Pero qué experiencia vas a tener tú, chiquilla, si lo que sabes de sexo lo habrás aprendido por ver canales X? Esta sabía del tema lo que un niño de 5 años. Pero me abstuve de hacer ningún comentario acerca de aquello. Si ella era feliz pensando aquello, pues nada, la dejaría así. Pobre, únicamente le quedaban unas horas de vida, hasta que acabara la fiesta y acabara con la vida de las dos. Deja a la pobre ser feliz durante lo poco que le queda. - ¿Hablas de mí?- le pregunté, volviéndome hacia ella con una expresión asombrada en el rostro, aunque eso no es lo que sentía por dentro para nada, pero gracias a la experiencia, sabía mentir muy bien.- Perdona, pero no puedes juzgar a alguien que acabas de conocer hace 10 minutos y ponerle ya una etiqueta de “idiota” o “inmaduro”. Además, estamos en una fiesta, y aquí nadie es lo que es. Vamos a ver, las fiestas están para divertirse, ¿no? Tal vez por eso te haya dado esa impresión, pero no sabes si fuera de esta fiesta soy así o no. Tal vez soy un tipo serio, quizás sea un mujeriego, a lo mejor un idiota, un estudiante universitario aplicado o un empresario centrado en su trabajo. Ahora te parezco un idiota inmaduro, pero puede que cuando el efecto de la fiesta pase, te des cuenta cómo puede una persona desmadrase en una fiesta, hasta una persona que nunca habrías pensado que lo haría.- le comenté, todo ello sin un ápice de irritación o enfado. No se, si pensaba que me iba a sacar de mis casillas con un par de insultos tontos, lo llevaba claro. Con toda probabilidad, yo era una de las personas más maduras de las que estábamos en la fiesta en aquel momento. Y en cuanto a idiota, no tenía ni un pelo. Un idiota ya las habría matado. Se habría cabreado con ellas, y ¡pum! Adiós angelitas. Claro que eso habría sido una idiotez, propia de un idiota. Por eso seguían ellas con vida. Por eso y nada más.