Evan D. O'Connor

Evan es un chico bastante peculiar. Le pone un poco histérico la prisa con la que va el mundo hoy en día, pero eso no le impide observar las bellezas que en su momento le relataron sobre aquel mundo que tanto deseaba conocer.
Es amable con las personas y siempre contesta con una sonrisa. Repele por inercia las malas formas y es incondicionalmente leal. Es muy divertido, centrado, elocuente, inteligente y tierno. Tiene todas las características deseables para una dama y por supuesto en todo un caballero. Es elegante cuando habla, cuando se mueva, y sigiloso al pasar.
Rehuye de los problemas porque es partidario de la no violencia, pero los enfrenta cara a cara cuando la persona a la que mas quiere en todo el mundo está en peligro. Está decidido a protegerla incluso a costa de su propia vida, si se lleva por delante al demonio que quiere poseer el alma de Annelysse para siempre, algo que no va a permitir mientras siga con vida.
Tiene una peculiar atracción hacia la tecnología, especialmente a los video juegos y películas románticas, aunque esto último por orgullo varonil, es algo que nadie sabe.
Siente una especial preferencia por los niños, el último alma que le fue asignada lo era y es un recuerdo que le ha marcado para siempre.

Cabello rubio y ojos claros como todos los ángeles destinado a la tierra para proteger el alma de alguien. Mide aproximadamente 1.80 de altura y su musculatura aunque no es tan evidente y grotesca como la de muchos, existe. Se ejercita de vez en cuando por amor al arte, y aunque es nulo con las modas, especialmente las modernas, quien sabe como consigue estar ideal siempre.
No suele peinarse, quizá ya por costumbre, son dos horas de su vida que antes empleaba en ello, pero que ahora puede dedicar a otra cosa más productiva, porque llegó a la conclusión de que al final del día era como si no se hubiese peinado.

A lo largo de mi vida, he sido asignado a diferentes humanos en el proceso de ganarme las alas que tan codiciadas eran para mi entonces. Aún cuando mis esfuerzos eran máximos, dios no lo consideraba suficiente. Fue entonces cuando llegó Jack, un pequeño niño de 5 años destinado a no sobrepasar los 8 por cosas del destino, castigos divinos que no entiendo, quizá por el hecho de ser un Nephilim, o porque había tenido mala suerte al nacer con los genes de la madre, quien portaba una enfermedad mortal que por desgracia le transmitió.
Mi deber era cuidar de él, día y noche. Tal vez ninguno de vosotros entienda el amor que se siente por un protegido, que va mucho más allá de la amistad, el cariño o lo que sientes por alguien cuando te enamoras. Casi te sientes parte de él, que vives con él, que despiertas cada mañana gracias a que él abre los ojos y te sonríe. Creo que esa fue la última relación que tuve de esa manera.
Conforme fueron pasando los meses su cuerpo se fue deteriorando, pasó de estar corriendo a apenas moverse, a cansarse a cada paso que daba y finalmente a una silla de ruedas.
Yo era quien solía pasear con el por el parque, contarle historias sobre cosas antiguas que nadie recordaba ya pero que para mi eran tan claras como si hubiesen pasado ayer. Él tan solo pedía más y más, como si en el poco tiempo que le quedaba pudiera conocer tantas cosas como yo, que había vivido varios años, años que le habría dado a cambio de que no muriese aquella tarde.
Fue desolador, ver como personas que apenas están comenzando a vivir se van del mundo dejando una especie de hueco y que rellenan con lo primero que llega, como si no fuera importante que él hubiese ocupado ese lugar. Me planteé muchas cosas aquella vez, había tenido almas fáciles de proteger a lo largo de toda mi existencia, mujeres elegantes, vagabundas, solitarias, ariscas, hombres del mismo tipo, problemáticos, luchadores, que se rendían a la menor oportunidad, pero nunca un niño que tenía los días contados.
Antes de regresar a "casa" vagué, vagué buscando un sentido a todo esto. ¿Por qué gente joven moría? ¿por qué no podía evitarse?. Me plantee tantas cosas aquella vez, que perdí el rumbo. Pero entonces un grito se escuchó, una madre había visto caer a su hijo al agua e intentaba llegar a él pero no lo conseguía. El niño se ahogaba.
Sin pensármelo dos veces salté, le salvé la vida, vida que seguramente habría perdido de no haber estado yo ahí. Gané mis alas aquella vez, pero no solo eso, también recuperé la esperanza en el camino que estaba siguiendo. Hay cosas que no se pueden evitar, es cierto, pero hay otras que si. Salvas la vida de personas todos los días, solo tienes que estar ahí.
Y eso es lo que hago ahora. Estar ahí. Ahí para cuando me necesiten.

Se empeña en aprender cosas que no se le dan bien
Se remueve mucho cuando está estresado (Golpea bolis o los dedos contra las mesas, da golpecillos en el suelo con el talón o el típico tembleque de pierna)