Un café para un día lluvioso.

Recién salía de mi pequeño departamento cerca del centro de la pintoresca ciudad de Londres. El Big Ben daba la hora local, aproximadamente las 12:00 del medio día. Sus melodías inundaban las calles aledañas y los turistas, fascinados, tomaban fotografías del enorme monumento asi como de The Eye en contraposición del enorme reloj local. Inhalé observando desde mi porché las personas que pasaban y como una pequeña brisna caía sobre los abrigos, las gabardinas y las sombrillas que danzaban de un lado a otro por las húmedas calles londinenses. Solté el oxigeno frío que refresco de sobremanera mis pulmones.

Metí las manos en mi gabardina color marrón y comencé a caminar por las calles escuchando los tacones de las damas, los zapatos de los caballeros y mis propios zapatos chocar en la acera de la ciudad empedrada donde escuchaba los claxons de los autos y el color amarillo de los taxis inundaba el flujo vehicular. Tomé mi cámara fotografica y tomé una de esas nuevas fotografías urbanas de los taxis que llevaban sus luces encendidas en un color rojo penetrante en contraste con su amarillo chillón. ¡Bingo! Una fotografia sin igual. Sonrei para mis adentros y me sentí relajado, era el único ser que se detenía a observar la belleza -que igual no era mucha- de la ciudad en la que habitaba. Los demás sólo corrían de un lado a otro, del trabajo al hogar, en el hogar con su familia unos en paz, otros discutiendo. Dormían sin descansar pues solo pensaban en su trabajo y otros no tenian ni siquiera tiempo de descansar por cuidar de sus puestos. ¡Vaya vida! Y ahora caminaban sin cesar por toda la ciudad sin detenerse a observar absolutamente nada. Entonces decidí girar la mirada para continuar por mi travesía.

Aproximadamente después de caminar bajo la lluvia una hora decidí ir por un café. Starbucks era el lugar indicado asi que comencé a caminar hacia donde estaba el más próximo. Llegué en menos de diez minutos y entré por la puerta principal donde un amable policia abrió la puerta y donde el calor del café me daba su bienvenida. Inhalé ese cálido aroma a café, a chocolate, a té. Y me acerqué a la barra donde un chico de aproximadamente unos 18 años me atendió. No era dificil sólo un tanti de capuccino con crema batida sobre él. Saqué mi BlackBerry y me senté en una mesa próxima para esperar entrando a mi cuenta de twitter y perder el tiempo un rato, despuès de dejar mi cámara en la mesa frente a mí y quitarme la gabardina.